En el imaginario colectivo la Ciudad de México nunca ha estado peor, las afirmaciones de que la capital vive su peor momento en materia de incidencia delictiva son constantes y provienen de diferentes sectores de la sociedad.

Si bien hechos de violencia social como los ocurridos la semana pasada ayudan a que se mantenga dicha percepción, los datos oficiales de los últimos 22 años muestran que hay delitos que, pese a algunos picos de subida y bajada en la incidencia delictiva, van bajando, mientras que casos como el del homicidio doloso —que en 2018 llegó a la mayor tasa que la Ciudad de México había registrado desde 1997— siguen creciendo.

Ante una observación general, homicidio doloso, secuestro, robo a negocio, violación, trata de personas y narcomenudeo muestran una tendencia de ocurrencia delictiva claramente al alza, mientras que homicidio culposo, robo con violencia, robo a transeúnte y robo a casa habitación muestran una tendencia a la baja.

En una visión más específica, si se comparan las tasas por cada 100 mil habitantes del primer semestre de este año, contra las del mismo periodo de 2018 el homicidio doloso crece un 14.99%; la extorsión 64.43%; el robo con violencia 8.03%; el robo de vehículo 4.52%; el robo a negocio 23.61%; las violaciones 2.56%; la trata de persona 105.32% y el narcomenudeo 21.04%.

En contraste baja el feminicidio en un 21.37%; el homicidio culposo 12.67%; el secuestro 61.60%; el robo a casa habitación 2% y el robo a transeúnte 6.14%.

¿Vive la CDMX su peor momento de seguridad? Si analizamos los datos duros, no podemos afirmarlo, lo que podemos decir es que la forma en la que ha mutado la violencia (homicidios y balaceras que se veían en otras partes del país pero no en la capital), la incapacidad de generar confianza en las instituciones de seguridad y justicia, de permitir el acceso pronto y oportuno a la justicia a la víctimas, de repararles el daño, de hacer cumplir la ley, de lograr sancionar las conductas ilícitas, de reinsertar a la sociedad a quien purgó una sentencia, abonan a que el tema de conversación entre la ciudadanía sea lo mal que está la seguridad.

Ante esto el gobierno de la Ciudad debe actuar, usar la inteligencia en materia delictiva para perseguir el delito y no trabajar persiguiendo uno a uno los delitos; sensibilizar profundamente a los servidores públicos sobre cómo tratar a las víctimas; crecer el número de peritos, policías de investigación y ministerios públicos, a los que se les debe pagar mejor, tratar mejor, capacitar mejor, equipar mejor y supervisar mucho más.

Se requiere una profunda inversión en el sistema penitenciario para que este deje de ser una escuela del crimen y logre romper con el rezago social, educativo y de marginación a la que muchas personas han sido condenadas, a través de programas de formación que les permita a los internos adquirir competencias laborales y de respeto de la ley. Tarea difícil y urgente —pero posible— que debe enfrentar la autoridad capitalina si quiere mantener a esta ciudad como un centro de inversiones, turístico y que impulsa el desarrollo del país.

La actual desesperanza que se recoge de las conversaciones acerca de la seguridad en la capital puede, tal vez injustamente, desplazar ese desarrollo a otras entidades o países y, entonces sí, la tarea de hacer de la capital un lugar seguro y de derechos, será casi imposible.



Director general del Observatorio
Nacional Ciudadano. @frarivasCoL

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